- Jueves de la XXI Semana del Tiempo Ordinario
El poder de la contemplación: En estos versículos, Jesús estaba llamando a sus oyentes a considerar la vida desde un punto de vista eterno. Para aquellos que rehusaron tener en mente la visión de la eternidad y preparar sus corazones en consecuencia, Jesús ofreció imágenes poderosas de las consecuencias: “El amo de ese siervo vendrá en un día que no lo espera y a la hora que no está. consciente. Lo hará pedazos y le asignará un lugar con los hipócritas, donde habrá llanto y crujir de dientes”. Como Jesús, San Ignacio también pensó que era importante que afrontáramos la dura realidad de la muerte. En sus ejercicios espirituales sugería una contemplación del Infierno donde el ejercitante pide un “sentido interior de la pena que sufren los condenados, para que, si por mis faltas me olvido del amor del Eterno Señor, al menos el temor de los dolores me ayude a no caer en pecado” (Ejercicios Espirituales, #65). Vencemos nuestro miedo con una conciencia confiada de que la misericordia de Dios es mucho mayor cuando nos abrimos en preparación para ella.
Anticipación llena de esperanza: Jesús habló de la venida del Hijo del Hombre. Los primeros cristianos anticiparon un regreso inminente del Señor, cuando él traería todo a cumplimiento y todo estaría bajo su reinado. En lugar de un temor a la condenación, fomentó una esperanza vigilante de la promesa venidera. Anticiparon su llegada, como esperar que un amigo regrese después de una larga ausencia. Dos mil años después, necesitamos aprovechar esta misma expectativa, viviendo con mayor fe y esperanza en el misterio que Jesús prometió cumplir. San Pablo exhortó: “Por tanto, no os falta ningún don espiritual mientras esperáis ansiosamente a que se manifieste nuestro Señor Jesucristo. Él también os mantendrá firmes hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, que os ha llamado a la comunión con su Hijo, Jesucristo Nuestro Señor” (1 Corintios 1:7-9).
Recapitulación, ahora y por venir: La promesa que esperamos es aquella en la que Cristo unificará todo ya todos al reinar supremo. En esta vida, nos esforzamos por participar en la realización de este plan siendo vigilantes en nuestros propios corazones. ¿Reina allí? ¿Es la caridad el principio rector de nuestra vida? ¿Nuestra amistad con Cristo informa todo lo que pensamos, decimos y hacemos? San Pablo nos recuerda las gracias que poseemos ahora y el don que está por venir. Hasta entonces, vivimos la tensión de dejar que Dios obre en nosotros su redención. “En él tenemos redención por su sangre, el perdón de los pecados, conforme a las riquezas de la gracia de Dios que nos ha prodigado. Con toda sabiduría y entendimiento nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, la cual se propuso en Cristo, para que se cumpliese cuando los tiempos llegaran a su cumplimiento, para traer la unidad a todas las cosas en el Cielo y en la tierra bajo Cristo” (Efesios 1:8-10).
Matthew 24:42-51
“Por tanto, velad, porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor. Pero entended esto: si el dueño de la casa supiera a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, habría velado y no habría dejado que allanaran su casa. Así que vosotros también debéis estar preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no lo esperéis. ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, a quien el señor ha puesto a cargo de los siervos de su casa para darles el alimento a su debido tiempo? Será bueno para aquel siervo cuyo amo lo encuentre haciendo eso cuando regrese. En verdad os digo que lo pondrá a cargo de todos sus bienes. Pero supongamos que ese siervo es malvado y se dice a sí mismo: 'Mi amo se va a quedar fuera mucho tiempo', y luego comienza a golpear a sus consiervos ya comer y beber con los borrachos. El amo de ese siervo vendrá el día que no lo espera ya la hora que no sabe. Lo hará pedazos y le asignará un lugar con los hipócritas, donde será el lloro y el crujir de dientes”.
Oración de apertura: Señor Jesús, concédeme una verdadera vigilancia del corazón, no por miedo, sino por amor.
Encuentro con Cristo:
Conversando con Cristo: Señor Jesús, haz que reine en mi corazón y, reinando allí, me sostenga en la espera esperanzada de su venida.
Resolución: Señor, hoy por tu gracia consideraré si la caridad es el principio rector de mi vida.
Para una mayor reflexión: “Difunde el amor dondequiera que vayas: primero que nada en tu propia casa. Da amor a tus hijos, a tu esposa o esposo, al vecino de al lado… Que nadie venga a ti sin irse mejor y más feliz. Sé la expresión viva de la bondad de Dios; bondad en tu rostro, bondad en tus ojos, bondad en tu sonrisa, bondad en tu cálido saludo” (Madre Teresa).