- Viernes de la vigésima semana del tiempo ordinario
Poniendo a Dios a prueba: Los fariseos se enorgullecían de ser una autoridad en la ley. Dar cabida a la autoridad de otra persona, en particular de alguien que no había estudiado formalmente, no tenía títulos y provenía de un oscuro pueblo de Galilea, rechinaba contra su orgullo. La ira o el resentimiento arraigado en el orgullo es una respuesta común cuando se cuestiona el estatus de uno; experimentamos esto en nuestras propias vidas. Cuando la Providencia permite algo contrario a nuestras expectativas, podemos ser tentados a enojarnos con Dios. O cuando la Iglesia enseña algo con lo que no estamos de acuerdo, asumimos que sabemos más y rechazamos la enseñanza en lugar de profundizar en el tema y buscar la verdad. Es importante reflexionar sobre cómo ponemos a Dios a prueba.
La Esencia de la Ley: La historia y las naciones han inventado millones de leyes. La biblioteca más grande del mundo es incapaz de albergarlos a todos. Y sin embargo, el Verbo Divino, la Nueva Ley encarnada, proclamó en pocas palabras principios que debían incorporarse a toda ley humanamente creada. Todos los profetas a lo largo de los siglos ofrecieron largos discursos sobre advertencia y juicio. Sin embargo, el mensaje subyacente, si es auténtico, contenía estos principios simples pronunciados por el que cumple todas las profecías. “Amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo”. La Ley y los profetas dependen de estos dos principios rectores. Tan simple, pero tan desafiante. Hacemos bien en examinar nuestra conciencia diariamente sobre estos dos principios.
Un vistazo a la Trinidad: Estos dos mandamientos no son meras imposiciones externas. Están escritos en nuestros corazones. Hechos a imagen y semejanza de Dios, estamos llamados a vivir como reflejo de la vida trinitaria. La vida interior de Dios es dar y recibir, generando amor y vida. Desde esta vida interior, el Señor derrama su amor de manera creativa. El hombre se convierte en el principal destinatario de este amor. Nuestra primera respuesta debe ser una alabanza genuina y sincera al Señor. Y en un espíritu de profunda reverencia, hacemos de nosotros mismos un regalo para otros que están hechos a su imagen, nuestros hermanos y hermanas en la humanidad. Que estos mandamientos se conviertan en los movimientos más connaturales de nuestro corazón.
Matthew 22:34-40
Al enterarse de que Jesús había silenciado a los saduceos, los fariseos se juntaron. Uno de ellos, experto en la ley, lo puso a prueba con esta pregunta: “Maestro, ¿cuál es el mayor mandamiento de la ley?” Jesús respondió: “'Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente'. Este es el primer y mayor mandamiento. Y el segundo es semejante: 'Ama a tu prójimo como a ti mismo'. Toda la Ley y los Profetas dependen de estos dos mandamientos.”
Oración de apertura: Señor Jesús, concédeme la gracia de amarte con todo mi corazón, toda mi alma y toda mi mente; y a mi prójimo como a mí mismo.
Encuentro con Cristo:
Conversando con Cristo: Señor Jesús, te alabo y te glorifico. Te adoro en la Santísima Trinidad. Haz que, con los primeros movimientos de mi corazón, te reverencie y te exprese mi gratitud por todas tus criaturas, especialmente por aquellas almas que hoy se cruzan en mi camino.
Resolución: Señor, hoy, por tu gracia, buscaré ofrecerte reverencia en mente, corazón y espíritu.
Para mayor reflexión: https://spiritualdirection.com/2016/06/20/o-my-god-trinity-whom-i-adore-blessed-elisabeth-of-the-trinity-prayer .