- Miércoles de la Decimotercera Semana en Tiempo Ordinario
Matthew 8: 28-34
Cuando Jesús llegó al territorio de los gadarenos, dos demonÃacos que venÃan de las tumbas se encontraron con él. Eran tan salvajes que nadie podÃa viajar por ese camino. Ellos clamaron: -¿Qué tiene usted que ver con nosotros, Hijo de Dios? ¿Ha venido aquà para atormentarnos antes del tiempo señalado? A cierta distancia un rebaño de muchos cerdos se alimentaba. Los demonios le rogaron: "Si nos echas fuera, envÃanos a la manada de cerdos". Y él les dijo: Id, pues! Salieron y entraron en el cerdo, y todo el rebaño se precipitó por la empinada orilla hacia el mar donde se ahogaron. Los cerdos huyeron, y cuando llegaron a la ciudad informaron de todo, incluyendo lo que les habÃa sucedido a los demonÃacos. Entonces todo el pueblo salió a encontrarse con Jesús, y cuando le vieron le rogaron que abandonara su distrito.
Oración Introductorial: Señor, creo que estás presente dentro de mÃ. Quiero vivir este dÃa cerca de ti y ver todo a través del prisma de la fe. Quiero poner mi confianza en ti. Me darás todas las gracias que necesito hoy. Todo lo que tengo que hacer es preguntar. Quiero amarte con todo mi corazón, sobre todo en la caridad; Dándome a cada uno que me encuentro hoy para que pueda comunicar tu amor a ellos.
Petición: Señor, ayúdame a derrotar el mal del pecado en mi vida.
1. El pecado nos mantiene alejados de Dios: Aprendemos en el Catecismo que el pecado mortal saca la gracia santificante de nuestra alma y nos corta de Dios. El Evangelio de hoy ilustra esta separación, ya que los dos hombres poseÃdos se alejan de Cristo y quieren que los deje solos. Nuestro pecado, sea mortal o venial, empuja a Dios lejos de nuestras vidas. Es como decirle que no lo necesitamos, que no lo queremos en nuestras vidas. ¿He aceptado voluntariamente el pecado en mi vida, evitando asà a Dios? ¿Incluso en el más mÃnimo sentido?
2. El pecado daña nuestras relaciones con los demás: Claramente, el mal de los hombres poseÃdos ha dañado su relación con sus semejantes. Ya no pueden ser parte de su comunidad, sino vivir separadas de la sociedad. Cada pecado, de alguna manera, es un "pecado social" porque tiene consecuencias sociales. Incluso nuestros pecados más personales -en nuestros pensamientos- perjudican al Cuerpo MÃstico de la Iglesia, y por lo tanto tienen un efecto en los demás. Los pecados que otros ven son aún mayores porque causan escándalo y pueden llevar a otros al pecado. Cristo nos invita a rechazar el pecado. Vamos a unirnos a él y expulsar al diablo de nuestra vida cotidiana.
3. El pecado nos duele demasiado: El mal que hacemos es perjudicial sobre todo para nosotros mismos. Los demonÃacos a menudo se quebraron y se cortaron. La lesión fÃsica a sus cuerpos significa una aflicción espiritual más profunda. Nuestras almas están hechas para Dios, y asà la separación de él es verdaderamente desgarradora. El pecado evita presentar su cara fea, pero después de haberla cometido, nuestra conciencia comienza a molestarnos. Entonces nos damos cuenta de que nuestra elección equivocada nos ha separado de Aquel a quien nos atrae la naturaleza. Sentimos el dolor de la separación y de esa ruptura que nos divide interiormente.
Conversación con Cristo: Señor, ayúdame a expulsar el pecado de mi vida. Necesito tu ayuda, ya que no puedo hacerlo por mi cuenta. Al igual que los demonÃacos que anhelaban ser liberados de su tormento, yo también anhelo derrotar el pecado en mi vida. Muchas veces estoy dominado por mis pasiones o por las tentaciones del diablo. Dame la fuerza que necesito, Señor.
Resolución: Prometo a Cristo que hoy voy a rechazar un pecado o una imperfección especÃfica que normalmente caigo.