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Thirty-Second Sunday in Ordinary Time (A)

Thirty-second Sunday in Ordinary Time, Year A      

                                                                                     UNA PUERTA A LA ESPERANZA

Lo que da sentido a la vida humana es esperar una eternidad feliz. Frente a esta realidad escatológica se pueden asumir dos actitudes, una insensata y otra llena de sabiduría como la que tienen las vírgenes de la parábola. Aquellos que no tienen esperanza viven entre el temor y la angustia; en cambio los que son fieles hasta la muerte saben que recibirán la corona de la vida. Nuestra actitud positiva nos lleva a poner en práctica dos grandes virtudes: La prudencia y la vigilancia. La primera es una virtud humana, potenciada por el don del Espíritu Santo; la segunda es una actitud espiritual ante la incertidumbre de nuestro final. Esta es la fuente de la esperanza cristiana que nos llena de paz.

Hermanas y hermanos:

1. Todos nos acercamos inexorablemente al final de nuestra vida, como el atleta que corre hacia la meta. La liturgia también nos ha ido llevando de la mano hacia las realidades últimas.  Nuestra vida es una espera de la llegada del esposo y tiene un momento culminante que es la muerte. Es algo que hay que recordar de vez en cuando. Más allá nos espera el Juez supremo que nos aprobará o nos reprobará según nuestras obras. Lo más sensato es caminar con la mirada puesta en nuestro final.

2. Saber esperar a Dios es saber apropiarse los frutos de la redención. Este encuentro con Dios, habitualmente, sucede fuera de los cálculos del hombre, hay que vigilar sin desmayo. Porque en los momentos trascendentales de la vida, nadie en absoluto, puede asumir nuestra propia responsabilidad. Hay que vigilar, estar despierto. Cada uno en su noche, con su luz y su aceite suficiente, tiene que mantenerse alerta. ¿Cómo no esperar con alegría a Cristo, que venció a la muerte? "Sócrates -escribe Dietrich Bonhoeffer- superó el morir, pero Cristo "venció" a la muerte como último enemigo. Superar el morir cae dentro de las posibilidades humanas; obtener la victoria sobre la muerte, quiere decir resurrección".

3. Es preciso velar para tener siempre aceite para la lámpara de nuestra vida cristiana. Nuestras débiles lamparillas se mantendrán encendidas si son alimentadas. Necesitamos el aceite de la comunión con Dios, de la comunión con los hermanos y ello requiere una vigilancia nada fácil. Lo que importa en la vida cristiana es crecer en el amor, en la verdad, en la justicia, pero no nos servirá si nos olvidamos del aceite de la oración, del evangelio, si no la limpiamos del pecado. En una palabra, si nos instalamos en la tibieza.

Dios nos está invitando a una gran fiesta; para hallar nosotros el camino y ayudar a los demás a encontrarlo es preciso que tengamos bien encendidas nuestras lámparas. Las lámparas son para dar luz. Es decir, es necesario vivir la fe, practicar el amor, de modo que pueda ayudar a los demás, que sea contagiosa. No nos preparamos a "morir bien" sino que somos constructores del Reino ahora y siempre.

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