Thirtieth Sunday in Ordinary Time (B)
B To 30
LA CEGUERA
El rostro invisible de Dios tiene su cara visible en el prójimo. Pero puede ocurrir que precisamente el encuentro con el hermano necesitado nos moleste o nos inquiete y preferimos no verlo. La ceguera del cuerpo paraliza, pero la ceguera voluntaria del alma mata. Bartimeo nació ciego pero siempre deseó ver. La fe con iniciativa hace posible el milagro: levantarse, correr hacia Jesús y gritarle "ten compasión de mí".
Hermanas y hermanos:
1. El relato de Marcos no sólo nos describe un gran milagro, sino que también predica una catequesis que nos invita al cambio y a la conversión. Cuando el Maestro lo llama arroja el manto, salta y corre hacia Él. Sus ojos en tinieblas se abren y quedan iluminados y lo primero que ven es el rostro del Señor. El grito de Bartimeo llegó directamente al corazón de Cristo, se paró en seco y lo llamó. La respuesta a su petición fue fulminante. La luz llegó a los ojos cansados de Bartimeo. Un torrente de color lo invadió. Su primera y más profunda mirada sería para aquel Rabbi que tan exactamente había contestado a sus deseos.
2. Este episodio nos hace comprender plásticamente el itinerario de la fe que es esa búsqueda para "ver su rostro". Pero ¡Cuánta fatiga para abrir los ojos! ¡Cuántas escamas tienen qué caer de nuestros párpados! Son muchas las cosas de la tierra que desfiguran lo que nos lleva a Dios. ¡Allá en el cielo, cuando caerán todos los velos, podremos ver a Dios como es! Hay etapas obligadas en el camino de la fe: Primero, hace falta ser conscientes de nuestra propia ceguera que nos impide abrirnos a la luz; segundo, tener sed de luz. "Señor, haz que yo vea". Un ansia ardiente que despierte en mí el deseo de descubrir la Verdad. "Que yo busque tu rostro" dice el salmista.
3. Es posible encontrar a Dios en todas las cosas. La presencia de Dios lo llena todo: acontecimientos, encuentros humanos, elementos de la naturaleza. ¿No nos ocurre esto durante la Santa Misa? Cuando escucho la lectura del Evangelio es Cristo que habla; cuando veo dos manos que parten el pan, son sus manos. Cuando miro ese pan, sé que no es pan; más allá del velo encuentro a Cristo resucitado. La luz de la fe ilumina y da sentido a la vida del hombre porque pone claridad en el origen, de dónde venimos, y en el término, el fin de nuestro destino. Me refiero a la vida de cada día, a lo que debo hacer en cada momento, al camino justo que debo emprender.
Hermanos: Como el ciego, también nosotros necesitamos pedir el don de la luz, arrojar el manto de nuestras imperfecciones y correr hacia Jesús. Recobrar la vista del alma significa para nosotros descubrir las lágrimas de los que sufren y procurarles consuelo; es conducir a los torrentes a los que se desmayan de sed; es ofrecer nuestro hombro al que cojea y tropieza. El mundo de hoy está necesitando con urgencia muchos guías de ciegos. Pidamos al Señor que nos envíe muchos y santos sacerdotes que nos acompañen cuando estamos ciegos y que abran nuestros ojos para ver con la nueva luz de la fe. Así sea.
30th Sunday in Ordinary Time, Year B
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