Twenty-Seventh Sunday in Ordinary Time (B)
B To 27
ALIANZA SIN GRIETAS
El Hombre y la mujer han sido creados para amarse y ayudarse. Ambos son semejantes y complementarios. Su unión florece en la fecundidad. Ya no son dos individuos sino una sola carne hasta la muerte; "Lo que Dios ha unido no lo puede separar el hombre". Sin embargo, el amor matrimonial está amenazado por el flagelo del divorcio. Y si a la separación se añade una nueva unión se convierte en adulterio. Jesús nos recuerda que el plan de Dios fue desde siempre la felicidad del hombre y de la mujer, unidos y fieles para siempre.
Hermanas y hermanos:
1. La unión entre un hombre y una mujer es el modelo de toda relación humana. Sólo se embarca en esta aventura el que tiene vocación. Dios interviene para poner su sello sobre la libre elección de los esposos: una consagración que diviniza el amor humano en el sacramento del matrimonio. Esta es una realidad divina que ningún hombre y ninguna institución pueden romper. Tocar esta realidad sería sacrilegio. Nuestra generación necesita urgentemente de matrimonios que sean un grito ilusionado dirigido a los hombres y mujeres del entorno: ¡Existe el amor! Que es lo mismo que decir "Dios existe".
2. Dios ha querido un matrimonio indisoluble. El Concilio afirma que "esta íntima unión, como mutua donación de dos personas y por el bien de los hijos, exige plena fidelidad de los cónyuges y reclama la indisoluble unidad". Sin embargo este pacto de amor está continuamente amenazado de muerte. Cuando el hombre separa lo que Dios ha unido se hunde en un gran fracaso. Padecen los cónyuges, lo sufren los hijos. Sería una ingenuidad pensar que con el divorcio se soluciona el desamor.
Si es verdadero ha de ser fiel; excluye cualquier otro amor que pudiera venir a hacerle sombra. ¡El amor se lo juega todo a una carta, para siempre! ¡No hay descuentos en el amor, o se toma, o se deja! Lleva el sello de lo definitivo. No se puede entrar en el amor con el reloj en la mano, con el cálculo tacaño de lo provisional.
3. La sociedad necesita matrimonios que sean "un solo corazón y una sola alma". Matrimonios abiertos, serviciales, generosos, felices. El matrimonio cristiano, vivido según el Evangelio es fuente de madurez personal, de generosidad, de paz y de felicidad. El juramento de amor irreversible que se hace ante el altar -"todos los días de mi vida, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza"- no queda garantizado por un contrato firmado por dos voluntades enamoradas, sino que es Dios quien lo convierte en don para los esposos y sacramento para el mundo. Como don se recibe con alegría y humildad; como sacramento se anuncia para vida del mundo.
Hermanas y hermanos:
Comprometámonos a reforzar estas convicciones y proclamarlas sin ninguna vergüenza. Pongámonos a favor de los matrimonios que viven un amor totalmente entregado en todas las circunstancias de la vida y por siempre; que se esfuerzan para que este amor progrese cada día más; que valoran la celebración cristiana del matrimonio como sacramento del amor de Dios y colaboran para que los cristianos más jóvenes también puedan descubrir este valor.
27th Sunday in Ordinary Time, Year B
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