C Adv. 3
LA CANCIÓN DE LA ALEGRÍA
No todo es penitencia, dolor y muerte cuando se recorre este desierto. La liturgia de hoy hace una pausa para entonar un himno de alegría. ¿Cómo no regocijarse cuando ya está cerca el Hijo de Dios que viene a salvarnos? ¿Cómo no celebrar el día en que se hará realidad nuestro sueño, se perdonarán nuestras culpas y recibiremos nuestros premios? La verdadera alegría nace del corazón; no son las cosas exteriores sino la paz del alma y la buena relación fraterna las que nos harán felices. Y sólo es feliz el que ama sin condiciones.
Hermanas y hermanos:
1. Jesús viene, Jesús está con nosotros. Con estas certezas vivimos una espera gozosa pero también productiva. ¿Dónde encontraremos fuerza para predicar la alegría a un mundo como el nuestro, amenazado por tantos problemas que parecen insolubles y herido por tantos dramas? ¡Se necesita valor! Allí está nuestro secreto. La fuente de la alegría está tan arriba que no hay miseria humana capaz de enturbiarla. Tenemos razón para estar contentos.
Es urgente que los cristianos demos testimonio al mundo con nuestra alegría. Gritar delante de todos que nuestra fe nos hace felices. La alegría es contagiosa: desarma y arrastra. Debemos decir como aquel personaje de P. Claudel: “Dios mío, tú me has concedido que todos aquellos que me ven tengan deseo de cantar, como si yo les fuera midiendo el tiempo en voz baja”
2. “Siempre es primavera para un alma que está en gracia” –Decía el Santo cura de Ars-. Donde Dios está presente la alegría florece como por encanto. Cristo ha venido para que nuestro gozo fuera pleno y tan firme que nadie pudiera arrebatárnoslo. La experiencia nos dice que el secreto para poseerla no está en buscarla afanosamente. Muchos se hacen la ilusión de encontrarla en los paliativos superficiales del placer y terminan angustiados. El placer se queda en los sentidos; en cambio la alegría es un salto puro e irresistible de todo el ser hacia el único capaz de satisfacer todos nuestros anhelos. Así resulta natural creer, orar, ayudar al prójimo, corresponder a la acción de la gracia.
3. Saber escuchar al Señor que sigue repitiendo: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado” ¿Cómo lo ha hecho Él? Entregó su única túnica, compartió su pan, no exigió a nadie más de lo debido, no acusó a los que buscaban su muerte ni se defendió de las falsas acusaciones. Y yo ¿qué tengo que hacer? San Agustín nos responde: “Ama y haz lo que quieras”. El que ama no se pregunta hasta dónde, ni cómo ni por qué, ni mucho menos cuándo. ¡Ama! Y porque ama actúa. El verdadero amor se traduce en obras. Es el amor el que guía su vida y el artífice de su felicidad.
También nosotros debemos preguntarnos: ¿Qué hemos de hacer? Urge una auténtica conversión que no se consigue sin desgarrones dolorosos. El ruiseñor sabe cantar también cuando está sobre una rama de espinas. Que el amor del Señor, su alegría, su paz, nos acompañen siempre. Que las figuritas del Belén, el árbol, los aguinaldos, los globos y villancicos no se queden en lo material y exterior sino que sean la expresión del gozo que tenemos en el alma porque Cristo quiere nacer una vez más entre nosotros y decirnos: “Sigo confiando en la humanidad”. “Yo te sigo amando”.
Third Sunday of Advent (Year C)
THE SONG OF HAPPINESS
Not all is penitence, pain, and death as we journey through this desert. Today's